sábado, 24 de enero de 2009

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Cuando era pequeña me encantaba volar hacia lugares desconocidos, con la mano de mi padre apretándome fuerte en el despegue (aunque él nunca lo reconocería, también le dan miedo los aviones). Cuando era él quien viajaba conmigo, los aviones no me disgustaban, ni siquiera me imaginaba el peligro que podrían entrañar o el poco riesgo que corría montándome en uno de ellos.

Mi primera despedida en un aeropuerto fue horrible. Mi padre era el que se iba. El lugar desconocido que él quería descubrir era simplemente el lugar que lo alejaba de mi lado.

Desde ese momento he odiado los aviones, los vuelos, los aeropuertos, las maletas, las colas para facturar, las azafatas, los pilotos, y las despedidas.
Situaciones como esa fueron sucediéndose varias veces a lo largo de los años, siempre le despedía a él.

Ahora, que mi pánico a los aviones es palpable, siempre me despido de tí. Siempre eres tú quien se queda al otro lado del cristal, dibujando un "te kiero" con tus labios, que nunca oigo, pero siempre leo. Ahora eres tú el que siempre me pides que no llore, y te sonríes cuando siempre acabo por hacerlo. Ahora eres tú el que se aguanta las lágrimas y con cara alegre me dices las mismas palabras que mi padre me repetía una y otra vez "No te preocupes, el tiempo se pasa volando".

Siempre he odiado los aviones. Siempre he odiado las despedidas. No quiero vovler a despedirme de tí, aunque eso significaría que los lugares que quiero descubrir me alejen de lo que tengo aquí.
Me da igual, no te quiero al otro lado del cristal. Te quiero apretando fuertemente mi mano en el despegue (porque aunque nunca lo reconocerás, te da miedo volar...si no es a mi lado)

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